Desde otras épocas prósperas y pujantes surgen como castillos antiguos o caserones fantásticos, las Estaciones de gasolina deshabitadas, que fueron parte de la nervadura de nuestra historia.
Ellas… como tantos servicios de la patria han quedado aniquiladas en el olvido, sin voces. Son nuestros trenes y vías de ferrocarriles, fantasmas de ilusiones inexistentes.
Las estaciones de gasolina de cada rincón de las Provincias Argentinas, son un gris húmedo y callado. Un paisaje desértico. El dueño es ocaso de la tarde.
¿Por qué su soledad nos interpela, y nos provoca? Acaso ¿son sólo edificios inhabitados?
Su estructura es un símbolo que nos resignifica como ciudadanos del mundo.
Las ventanas cerradas, la soledad, ese abandono, nos hace repensar sobre la existencia que tuvieron cuando las familias, trabajadores, camioneros, se detenían a ser parte de sus vidas.
Saltan a mis retinas los carteles de Y.P.F; petróleo expoliado, y cada una de las estaciones es ahora una película de un tiempo detenido por cuyas puertas no podremos ingresar y ya nunca regresarán de su sueño perdido.
Mónica Laurencena